EN EL TAXI
¿Nos lleva a la recta de
Cholula? Como no… ¿Cuánto nos va a cobrar? Noventa pesos.( Es lo estipulado. Desde Cholula
a casa, 40 pesos. Desde Puebla, 90. Aquí los taxis no tienen taxímetros. En
México DF sí, aunque no todos)
¿Y de dónde son? Lo decimos. Ahhh, de España, qué
bueno…¿Y usted es de Puebla? Noooo, compaaadre. Soy de Guadalajara, pero me casé con una poblana y aquí estoy. Puebla es bonito pero no me gustan los poblanos. ¿Y eso? Ay, mire usted, son muy faaalsos. Sonríen y a todo dicen sí, y luego es que no.
(Nos aguantamos la risa). ¿Le importa que fume? (Ya sabéis quién)
No compaaadre, puede usted hacerlo, que sé que es un vicio.
Sí, alguno hay que tener y no pienso renunciar a él (frase tópica del acompañante, pero para una conversación de taxi, resultona)
Diga usted que sí, que sin vicios no se puede viviiiir. Mire, yo, el tabaco la verdad es que no, tampoco tomar (beber). Mi vicio son las mujeeeres.
(Se ríe. Le miro por el retrovisor, le faltan los dientes delanteros)
Pues eso es peligroso, su mujer no estará muy contenta.
Ya no es lo mismo (continúa, le gusta el palique). Mi mujer, sabe, no quiere. Y además, la edad no perdooona, pero usted se morirá antes, porque fuma.
Ah, eso nunca se sabe.
Pero como vicio, tendrá que reconocer que mejor las mujeres que el tabaaaco. (Yo, con cara de ocho) Miren, como están de vacaciones, les doy mi teléfono y si quieren les llevo a Angelópolis, a Atlixco, a unos sitios muy padres. Aquí lo tienen (nos da un papel con él, no es una tarjeta)
Déselo a mi señora, ella lo coge.
¿Por qué compadre?
Para que llame ella, su mujer sospeche y luego le pregunte que qué tiene usted con una española.
Órale, que no se anda con chiquitas, aquí no es indio quien no se venga...
Es de una belleza enigmática y seria, como buena indígena.
Regenta la tienda de abarrotes que hay al lado del fraccionamiento y con ella
ha sacado adelante a sus hijos, uno de ellos ingeniero que trabajaba en la
Volkswagen. Su nieta corretea siempre por la tienda. Qué bien puesto el nombre,
abarrotes, la tienda donde todo está abarrotado y puedes comprar papel
higiénico, champú, pasta de dientes, servilletas de papel, jamón, yogures,
flanes, quesos, pan, fruta, verdura, bebidas, pollo… Algo parecido a las
tiendas de los chinos, que aquí no hay porque ya lo hacen ellos. Disponibles todos
los días y a todas horas, incluso domingo. Si la puerta está cerrada pero no
está echada la reja, puedes llamar y ella, que vive arriba, baja y atiende. Al
poco de haber ido a comprar, bastante a menudo, pues es como los primeros
auxilios me dice:
¿Y de dónde es usted?
De España.
Me mira y sigue: ¿de qué ciudad?
De Madrid.
Ah, en el norte, ¿no?
Y pienso, claro, la mayoría de
españoles que aquí llegan, o gallegos o asturianos o vascos. Asiento con la
cabeza y sonrío, para qué desmentir.
¿Y se puede saber qué hace por
aquí?
No lo pregunta con altanería sino
con la curiosidad de no entender.
Ya ve… la vida.
¿Aquí? Contesta. Esto es el infierno y aquello Europa. Dicen
que las calles allá están siempre limpias.
No contesto. Es curioso, porque es
la misma observación que yo me he hecho. Vaya donde vaya, calles, ranchitos,
casas paupérrimas pero calles siempre
limpias, ni siquiera cagadas de perros y todos tienen. Claro que aquí la
población es joven y no tienen problemas en agacharse. En España mucha gente
mayor tiene perro, su única compañía y ni modo de recoger la cagada. No hay
casi papeleras, pero tampoco papeles en el suelo. En el DF las que hay son de
la misma concesionaria que puso las de
Madrid, porque son iguales. Si te fijas
puedes encontrar algún papel entre plantas, al lado del camino, pero es tal la
frondosidad de éstas, que los esconden.
Uy, no crea, digo, aquello no es
así.
Sonríe y me mira escéptica, como
pensando que soy tonta por estar aquí.
Ella tiene cara de lista.
EL INGE
De los mexicanos más grandes que
he conocido. Grande y gordo. Le gusta la música y cantar con una inmensa voz
que proyecta desafinada. Toca la guitarra, canta sobre play back musical. Y es
ingeniero. El inge Quiñones. Lleva unas camisas en las que se ha hecho bordar,
sobre el bolsillo derecho, el logotipo de su empresa, y en el lado izquierdo
“ingeniero Alberto Quiñones”. El orgullo de alguien que salió de abajo y que
con mucho esfuerzo ha llegado. Ha
llegado a un fraccionamiento y a siete hijos que le están arruinando por darles
todo lo que él no tuvo. De nuevo confundir educación con desquite. Fan de
Alejandro Sanz y, a través de él, de Camarón
y Paco de Lucía. Canta rancheras y escucha flamenco con afán y pregunta
porque no entiende pero le llega al alma. Con eso basta, le digo. Me
gustaría ver al Camarón en directo
alguna vez, dice. Ya es imposible,
contesto. Me cantó las mañanitas por mi cumpleaños.
Este anuncio de preservativos lo fotografié en una farmacia que, además, vendía tabaco. Me pareció genial, la señora mayor, abuela, con cara de alegría... ¿por no quedarse embarazada?
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