jueves, 1 de agosto de 2013

Veracruz


Veracruz, donde se nace con la luna de plata y  alma de pirata, como reza la canción que escuché por la calle, como aquel pirata, creo que llamado Juanillo que un domingo, en plena misa mayor, con todas las autoridades presentes, tomó el pueblo y secuestró a la catedral entera, con el virrey, el gobernador, el vicegobernador,  curas y monjas, damas y bien pensantes dentro,  misa de doce en la festividad mayor. A cambio, llevarse la hija del gobernador, de la que estaba enamorado. Solo bajo esa condición liberaría el pueblo. Y lo consiguió. Esa es la leyenda, que huyeron juntos. Lo que ocurrió después nadie lo dice.
Hete aquí la catedral

Veracruz, un  lugar al lado del mar donde no refresca por las noches, donde puedes evocar con facilidad historias antiguas frente al fortín que defendía por mar la ciudad, ahora un poco tierra adentro, como el faro, según ha ido avanzando la ciudad;  donde el contrabando abunda, perfumes falsos, relojes de marca falsa, plumas montblanc de imitación. Hombres que lo venden y vocean: ¡relojes, cien por cien piratas! Una inmensa bahía que hizo del puerto de esa ciudad el intercambio, el comercio, la riqueza, la llegada de los barcos de las Indias, de España y Europa, donde los piratas eran los otros, los enemigos. Veracruz, una ciudad tomada por la Marina, la entidad con más prestigio entre ellos, porque hasta el ejército estaba corrompido por bandas, contrabandistas y balaceadores.  Ahora se pasean cada dos por tres en jeeps , coches, motos, con el uniforme completo y la cara cubierta al estilo zapatista para que no les identifique nadie, armados hasta los dientes. Dicen que han acabado casi por completo con la delincuencia en la ciudad y no me extraña, la verdad, dan miedo.
 
Fuerte que defendía Veracruz de los ataques e incursiones piratas.
Piratas de pacotilla

Veracruz, mar, puerto, turismo nacional, más barato para ellos que Cancún. Las playas no  son de aguas transparentes y finas arenas doradas, más bien grises, con un agua de mar casi termal, en torno a los 29-30º, del puritito calor que hace. Eso sí, un malecón impagable que a partir de las siete de la tarde, cuando el sol empieza a castigar menos, se convierte en una algarabía de puestos, de venta de artesanía (más chusca que la de Oaxaca), de comidas, bebidas, mangos pelados, mujeres que te trenzan el pelo o te ponen extensiones (yo me he puesto una que se está deshaciendo), donde por unos chavos los chamaquitos se tiran al agua para sacarte un erizo, una ostra, algo que viene del mar, aunque esté lleno de barcos, gasolina, aves, gaviotas, urracas. El malecón, la diversión  democrática de todas las familias, medias, pudiendas, impúdicas, veraniegas o indígenas.
 
 
 
Todas las fotos son del  malecón de Veracruz. La puesta de sol y los barcos, dedicada especialmente a los ingenieros. 

Veracruz vive de noche y no me extraña. A las ocho y media de la mañana, cuando salimos del hotel, un hotel de tipo colonial, sacado de la película de danzón, con un murciélago correteando los pasillos en la noche,ya hacía un calor insoportable. Imaginaros el resto. Siempre por la sombra y buscando corrientes de aire en las esquinas. Calor húmedo que produce una sensación térmica mucho mayor.  Parece una ciudad casi deshabitada, unas pocas personas haciendo gestiones, vendiendo esto o aquello, pero a partir de las últimas horas de la tarde y por la noche es un hormiguero que inunda el centro. Se nos ocurrió después de cenar al aire libre ir a tomar un tequilita al zócalo, que se ha quedado pequeño  en comparación con otros. No es un inmenso espacio abierto lleno de árboles. Es como una plaza más bien pequeña rodeada de la Catedral, el palacio municipal (una maravilla) y soportales para cobijarse a la sombra.  Todo lleno, griterío, son como nosotros, escandalosos cuando se divierten, con músicos pasando por las mesas, muy malos por cierto, todos, sin excepción, que si danzón, que si unas marimbas, que si un arpa, que si unos acordeones, que si unos mariachis. Todo eso en 500 metros, en cada trozo de terraza de soportales unos diferentes, sin poder distinguir si la batería que se oía venía con el acordeón, con la trompeta, con las marimbas del fondo, donde los cantes se unían desafinados. Cómo les gusta cantar y lo que desafinan.  Y la venta ambulante al asalto del turista nacional y extranjero, huipiles, rebozos, relojes, perfumes, ¿un poco de música? Separadores de libros, las gallinitas que picotean, juguete para el nieto, güerita, cómpreme algo, ayúdeme con algo, ¿tiene una moneda? ¿Una rosa? Aquí gardenias, mire cómo huelen (era verdad), no gracias, no gracias, no gracias. Que no se te ocurra mirar o preguntar. ¿Abanicos? Tengo uno, gracias. ¿Gafas de sol? Las mejores marcas piratas. Piratas, piratas… Veracruz.
Patio del palacio municipal

Mareados  ante el acoso y la impotencia que produce,  decidimos  pasear hasta el hotel evitando la algarabía. De nuevo por el malecón donde  un hombre con micrófono reclutaba, desde un escenario, extras para el rodaje de algo en una de las playas, mañana, todos allí,  no lleven relojes, ni radios ni ipads ni móviles. Un poco más allá una banda de música de chamaquitos se aprestaba a iniciar la marcha, detrás unos payasos intentaban arremolinar público para comenzar el show. Veracruz.

Al día siguiente decidimos ir a La Antigua, un pueblito en el interior, al lado del río del mismo nombre, donde estaba la casa de Hernán Cortés. Es curioso cómo ha quedado la casa, como símbolo de una cultura que se intenta imponer a otra, que masacra y que al final la naturaleza autóctona se lo come en un acto de venganza. Las raíces del amate, árbol de donde sacan ellos las láminas de papel sobre las que pintan, lo han inundado todo.


Pueblo de La Antigua
 
 
Lo que queda de la casa de Hernán Cortés.
Habitación de Hernán Cortés comida por las raíces del amate
 
Un infiltrado en la foto
 
La casa del conquistador absorbida por la naturaleza. Toda una metáfora de la colonización
 

 Boca del Río es la continuación por la costa de Veracruz, por donde ha crecido la ciudad para el turismo, un lugar que dentro de diez años será Benidorm: rascacielos, hoteles, construcción y más construcción. Aquí lo de la ley de costas es algo inexistente. Chiringos al lado del mar, donde por supuesto nos comimos el primer pescado fresco buenísimo hecho a la brasa. Aquí intentan combinar ese turismo de masas con zonas de turismo de calidad, urbanizaciones con casas que tienen carretera y un pequeño malecón para aparcar por un lado el coche y por otro el yate.  En todas partes lo mismo, aumentar el PIB con construcción y turismo. 
Desde el chiringuito donde comimos pescado.
 


En la estación de autobuses ADO ( el viaje de ida y vuelta a Veracruz sale, al cambio, por unos nueve euros per cápita) mientras esperábamos el anuncio del nuestro con destino Puebla, una algarabía de mexicanos sentados, esperando y comiendo. Frente a mí una pareja de no más de 19 años vestidos de oscuro, vaqueros rotos, ella uñas moradas y mitones negros, collar de puntas al cuello, como de  dogo, botas enormes de punteras metálicas,  como de familia Monster,  con llamas de cuero-fuego color rojizo cubriendo la base, estética gótica, él con camiseta negra con calaveras, esperando también su autobús y… abrazados a un oso de peluche bastante viejo, con señales de haber dormido  muchas noches. Y pienso que esto es México: una fachada dura y agresiva como defensa cotidiana  pero que esconde algo tierno en cuanto rascas.

2 comentarios:

  1. Esto es PERIODISMO y el resto bobadas.
    OLE.

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  2. Después de leer esto casi puedo decir que he estado en Veracruz porque, ya con la primera frase, me he sentido transportar mágicamente hacia esa ciudad y no he dejado de pasearme por ella hasta el final.

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