Veracruz, donde se nace con la
luna de plata y alma de pirata, como
reza la canción que escuché por la calle, como aquel pirata, creo que llamado
Juanillo que un domingo, en plena misa mayor, con todas las autoridades
presentes, tomó el pueblo y secuestró a la catedral entera, con el virrey, el
gobernador, el vicegobernador, curas y
monjas, damas y bien pensantes dentro, misa de doce en la festividad
mayor. A cambio, llevarse la hija del gobernador, de la que estaba enamorado.
Solo bajo esa condición liberaría el pueblo. Y lo consiguió. Esa es la leyenda,
que huyeron juntos. Lo que ocurrió después nadie lo dice.
Hete aquí la catedral
Veracruz, un lugar al lado del mar donde no refresca por
las noches, donde puedes evocar con facilidad historias antiguas frente al
fortín que defendía por mar la ciudad, ahora un poco tierra adentro, como el
faro, según ha ido avanzando la ciudad;
donde el contrabando abunda, perfumes falsos, relojes de marca falsa,
plumas montblanc de imitación. Hombres que lo venden y vocean: ¡relojes, cien
por cien piratas! Una inmensa bahía que hizo del puerto de esa ciudad el
intercambio, el comercio, la riqueza, la llegada de los barcos de las Indias,
de España y Europa, donde los piratas eran los otros, los enemigos. Veracruz,
una ciudad tomada por la Marina, la entidad con más prestigio entre ellos,
porque hasta el ejército estaba corrompido por bandas, contrabandistas y balaceadores. Ahora se pasean cada dos por tres en jeeps ,
coches, motos, con el uniforme completo y la cara cubierta al estilo zapatista
para que no les identifique nadie, armados hasta los dientes. Dicen que han
acabado casi por completo con la delincuencia en la ciudad y no me extraña, la
verdad, dan miedo.
Fuerte que defendía Veracruz de los ataques e incursiones piratas.
Piratas de pacotilla
Veracruz, mar, puerto, turismo
nacional, más barato para ellos que Cancún. Las playas no son de aguas transparentes y finas arenas
doradas, más bien grises, con un agua de mar casi termal, en torno a los 29-30º,
del puritito calor que hace. Eso sí, un malecón impagable que a partir de las
siete de la tarde, cuando el sol empieza a castigar menos, se convierte en una
algarabía de puestos, de venta de artesanía (más chusca que la de Oaxaca), de
comidas, bebidas, mangos pelados, mujeres que te trenzan el pelo o te ponen
extensiones (yo me he puesto una que se está deshaciendo), donde por unos
chavos los chamaquitos se tiran al agua para sacarte un erizo, una ostra, algo
que viene del mar, aunque esté lleno de barcos, gasolina, aves, gaviotas,
urracas. El malecón, la diversión
democrática de todas las familias, medias, pudiendas, impúdicas,
veraniegas o indígenas.
Todas las fotos son del malecón de Veracruz. La puesta de sol y los barcos, dedicada especialmente a los ingenieros.
Veracruz vive de noche y no me
extraña. A las ocho y media de la mañana, cuando salimos del hotel, un hotel de
tipo colonial, sacado de la película de danzón, con un murciélago correteando
los pasillos en la noche,ya hacía un calor insoportable. Imaginaros el resto.
Siempre por la sombra y buscando corrientes de aire en las
esquinas. Calor húmedo que produce una sensación térmica mucho mayor. Parece una ciudad casi deshabitada, unas
pocas personas haciendo gestiones, vendiendo esto o aquello, pero a partir de
las últimas horas de la tarde y por la noche es un hormiguero que inunda el
centro. Se nos ocurrió después de cenar al aire libre ir a tomar un tequilita
al zócalo, que se ha quedado pequeño en
comparación con otros. No es un inmenso espacio abierto lleno de árboles. Es
como una plaza más bien pequeña rodeada de la Catedral, el palacio municipal
(una maravilla) y soportales para cobijarse a la sombra. Todo lleno, griterío, son como nosotros,
escandalosos cuando se divierten, con músicos pasando por las mesas, muy malos
por cierto, todos, sin excepción, que si danzón, que si unas marimbas, que si
un arpa, que si unos acordeones, que si unos mariachis. Todo eso en 500 metros,
en cada trozo de terraza de soportales unos diferentes, sin poder distinguir si
la batería que se oía venía con el acordeón, con la trompeta, con las marimbas
del fondo, donde los cantes se unían desafinados. Cómo les gusta cantar y lo
que desafinan. Y la venta ambulante al
asalto del turista nacional y extranjero, huipiles, rebozos, relojes, perfumes,
¿un poco de música? Separadores de libros, las gallinitas que picotean, juguete
para el nieto, güerita, cómpreme algo, ayúdeme con algo, ¿tiene una moneda?
¿Una rosa? Aquí gardenias, mire cómo huelen (era verdad), no gracias, no
gracias, no gracias. Que no se te ocurra mirar o preguntar. ¿Abanicos? Tengo
uno, gracias. ¿Gafas de sol? Las mejores marcas piratas. Piratas, piratas…
Veracruz.
Patio del palacio municipal
Mareados ante el acoso y la impotencia que produce, decidimos
pasear hasta el hotel evitando la algarabía. De nuevo por el malecón
donde un hombre con micrófono reclutaba, desde un escenario, extras para el
rodaje de algo en una de las playas, mañana, todos allí, no lleven relojes, ni radios ni ipads ni
móviles. Un poco más allá una banda de música de chamaquitos se aprestaba a
iniciar la marcha, detrás unos payasos intentaban arremolinar público para
comenzar el show. Veracruz.
Al día siguiente decidimos ir a La
Antigua, un pueblito en el interior, al lado del río del mismo nombre, donde
estaba la casa de Hernán Cortés. Es curioso cómo ha quedado la casa, como
símbolo de una cultura que se intenta imponer a otra, que masacra y que al
final la naturaleza autóctona se lo come en un acto de venganza. Las raíces del
amate, árbol de donde sacan ellos las láminas de papel sobre las que pintan, lo
han inundado todo.
Pueblo de La Antigua
Lo que queda de la casa de Hernán Cortés.
Habitación de Hernán Cortés comida por las raíces del amate
Un infiltrado en la foto
La casa del conquistador absorbida por la naturaleza. Toda una metáfora de la colonización
Boca del Río es la continuación por la costa de
Veracruz, por donde ha crecido la ciudad para el turismo, un lugar que dentro
de diez años será Benidorm: rascacielos, hoteles, construcción y más
construcción. Aquí lo de la ley de costas es algo inexistente. Chiringos al
lado del mar, donde por supuesto nos comimos el primer pescado fresco buenísimo
hecho a la brasa. Aquí intentan combinar ese turismo de masas con zonas de
turismo de calidad, urbanizaciones con casas que tienen carretera y un pequeño
malecón para aparcar por un lado el coche y por otro el yate. En todas partes lo mismo, aumentar el PIB con
construcción y turismo.
Desde el chiringuito donde comimos pescado.
En la estación de autobuses ADO ( el viaje de ida y vuelta a Veracruz sale, al cambio, por unos nueve euros per cápita)
mientras esperábamos el anuncio del nuestro con destino Puebla, una algarabía de
mexicanos sentados, esperando y comiendo. Frente a mí una pareja de no más de
19 años vestidos de oscuro, vaqueros rotos, ella uñas moradas y mitones negros,
collar de puntas al cuello, como de
dogo, botas enormes de punteras metálicas, como de familia Monster, con llamas de cuero-fuego color rojizo
cubriendo la base, estética gótica, él con camiseta negra con calaveras,
esperando también su autobús y… abrazados a un oso de peluche bastante viejo,
con señales de haber dormido muchas noches. Y pienso que esto es México:
una fachada dura y agresiva como defensa cotidiana pero que esconde algo tierno en cuanto rascas.
Esto es PERIODISMO y el resto bobadas.
ResponderEliminarOLE.
Después de leer esto casi puedo decir que he estado en Veracruz porque, ya con la primera frase, me he sentido transportar mágicamente hacia esa ciudad y no he dejado de pasearme por ella hasta el final.
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