martes, 23 de julio de 2013

Misceláneas II y III


 
Miscelánea II
Todos los días pasa por el zócalo, pequeñito pelo pincho, no más de once años aunque parece seis, con una flauta dulce, ni siquiera andina, a la que saca una o dos notas, ninguna melodía. Le acompaña otro igual, un poco más alto con una sola maraca que no lleva el ritmo, la mueve de vez en cuando al pedir dinero por las mesas. A lo mejor algunos pesos, las más de las veces sin lograr un chavo.
En una mesa de la terraza alguien le dice: cambia de melodía, esa la tocaste ayer. Si lo haces te doy un peso. Ninguno de los dos sonríe y le miran como pensando que es idiota, que si supieran algo ya lo habrían tocado. Pero un peso es un peso, el de la flauta callado se pone a mirar al horizonte. El de la maraca grita: “un dos tres, ¡ritmo!” y suelta un maracazo desacompasado de la nota que el flautista da.
Pero ha habido un cambio y el de la mesa cumple y le da dos pesos, uno por la melodía de ayer, otro por el esfuerzo.

 

MISCELÁNEA III

Llega una indita vieja revieja. Debió medir metro y medio pero ahora  menos, dos trenzas largas de pelo cano y raya en medio y sobre la cabeza un fajín que sostiene el peso de lo que lleva en la espalda: botes de miel. Parada frente a la mesa veo su tamaño de niña. Suenan las campanas de la iglesia, son las 12 de la mañana. Tiene unos ojos vivos que apenas se entrevén entre arrugas surcadas y una sonrisa tan pícara que no me puedo resistir: por ser usted le compro la miel. Vale, responde, y sin regatear, ella lo hace: se lo dejo en 25 pesos. Pienso que no he seguido el protocolo, que primero tendría que haber preguntado cuánto, ella me habría dicho una cantidad y al final del proceso, le hubiera pagado lo mismo. Pero tengo la sensación de haberme perdido su gracia, su esmero por vender. No tiene cambio y se va con el billete. Me deja la bolsa de tela con el resto de tarros como retén. Me enternece la dignidad de su gesto. Finalizada la transacción, se marcha. Al cabo de un rato yo también me voy, la encuentro en otra mesa, unos turistas la han invitado a merendar quesadillas. Me ve,  se ríe de puro contenta y me dice adiós.
 
Como las ferias más importantes de Cholula tienen que ver, bien con la artesanía, bien con el comer, nos acercamos a la Feria del Molote, que es como una empanada gigantesca que se fríe rellena e cualquier cosa. Todo el día comiendo, ya lo he dicho. y cualquier motivo es bueno para vender todo tipo de productos alimenticios. Aquí van imágenes que lo atestiguan.
Esta mujer vendía chapulines (saltamontes fritos)
 
Esta mujer estaba preparando una bebida a base de cacao
 
El puesto donde vendían el pulque
 
Cartel anunciador de la feria del molote.
 
Comiendo manos de pollo, que se venden en un vaso de plástico y con una salsa picante
 
A la salida de la feria, con una vendedora de chapulines detrás. Mi hermana, de vacaciones y al fondo Ignacio.

2 comentarios:

  1. No soy yo quien, pero estas crónicas tuyas merecen libro.
    Y no suelo decir estas cosas.
    Ándale. Cuando sea mayor quiero escribir como tú.

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  2. Gracias Alena, se nota que eres amiga

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